Leer, escribir, borrar, editar, publicar. Me he pasado noches enteras en ese baile. Y viviría mil años más solo por seguir escribiendo. Cuentos y poemas, relatos, novelas. Da igual. La literatura ha sido capaz de moldear el mundo y también mi propia vida. Llamamos «historia» a todo lo que podemos nombrar desde el inicio de la escritura, y «pre‑historia» a todo aquello que estaba antes de la escritura. Así de importante es esta llama que atesoro. Yo mismo me reconozco en esa definición: todo lo que vivo, todo lo que aún no he escrito, no es más que «pre‑historia.» Entonces me recubro de noche bajo un manto infinito y redacto mis historias —que nunca fueron mías— para volverlas aún más ajenas. Soy esa puerta giratoria por la que cruzan las palabras. Entran y salen en ritmo apasionante, urbano, citadino. Mi juego está en no oxidarme nunca y en girar, girar, girar.